La Fundación Centro Nacional de Desarrollo e Investigación en
Tecnologías Libres (CENDITEL) invita al Conversatorio sobre la visión
histórica de la Resistencia Indígena del Estado Mérida con la compañía
de la Dra. Jacqueline Clarac y a la presentación breve del Proyecto
Cuenta Cuentos digital desarrollado por CENDITEL.
Día: 22 de Mayo de 2012
Lugar: Edif. CENDITEL, Av. Alberto Carnevalli, Vía a la Hechicera.
Hora: 3:00pm
Kiu-kundok nikasí. La Vieja hermosa
Pensé por un momento que era cosa solamente mía, pero cuando conversé con Jacqueline Clarac en su casa en La Pedregosa salí de allí no siendo la misma. Supe inmediatamente que sería difícil construir su historia, porque no está muy interesada en revelarla; que no me enteraría de sus historias de amor ni de ningún secreto que guarda a sus setenta y dos años. Sólo se presentó como una lúcida testigo de un siglo que pasó, como una amante de las culturas que existen en Venezuela -a las cuáles defiende apasionadamente- y como una investigadora de rigor. Digo esto, porque al salir una joven -que también la había escuchado esa tarde- me dijo: “Dios mío, pero que vieja taaaan hermosa”. Así me di cuenta que ese sentimiento de ternura y de admiración era compartido.
Día: 22 de Mayo de 2012
Lugar: Edif. CENDITEL, Av. Alberto Carnevalli, Vía a la Hechicera.
Hora: 3:00pm
Kiu-kundok nikasí. La Vieja hermosa
Pensé por un momento que era cosa solamente mía, pero cuando conversé con Jacqueline Clarac en su casa en La Pedregosa salí de allí no siendo la misma. Supe inmediatamente que sería difícil construir su historia, porque no está muy interesada en revelarla; que no me enteraría de sus historias de amor ni de ningún secreto que guarda a sus setenta y dos años. Sólo se presentó como una lúcida testigo de un siglo que pasó, como una amante de las culturas que existen en Venezuela -a las cuáles defiende apasionadamente- y como una investigadora de rigor. Digo esto, porque al salir una joven -que también la había escuchado esa tarde- me dijo: “Dios mío, pero que vieja taaaan hermosa”. Así me di cuenta que ese sentimiento de ternura y de admiración era compartido.
Jacqueline habla dulcemente como si estuviera
arrullándote con una canción de cuna, aunque el contenido de esas
palabras logra desarmarte. Después de un par de horas provoca sentarse
junto a ella en uno de sus cómodos sillones de la sala y dejarse
consentir como si fuera una abuela de los cuentos de hadas. Sin
embargo, es precisa. No usa alegorías ni metáforas; emprende el camino
del recuerdo con mucha seguridad, con esa paz de quien ha tenido un
largo recorrido y puede alzar sus pies para desatar las trenzas de los
zapatos.
Te cuenta entonces de su participación en la defensa
de los derechos de los indígenas y las historias de matanzas que no te
contaron los libros de la escuela. Ella pertenece de corazón a ellos
aunque no tiene la imagen habitual de una Menshú; su cabello es blanco,
sus ojos azules y se viste con vestidos amplios y bufandas de telas
livianas. Muestra poco después sus fotos de niña en Martinica cuando
usaba cintas y bucles en su cabello antes castaño claro, época en la
cual se inició su interés por lo desconocido a través de los libros de
Julio Verne. También aquella imagen en la que esbelta y con los
cabellos chorreados posa junto a su esposo, el escritor José Manuel Briceño Guerrero. Habla esta vez un poco de ella.
De repente suena el teléfono y se excusa. Discute con alguien sobre un problema que tiene una etnia wayú,
la cual tiene unos noventa años asentada en Mérida, en La Ranchería, un
poco más al sur de El Vigía. Al parecer unos funcionarios por error
quieren sacar de la escuela a unas maestras que se encargan de la
formación bilingüe (español y wayú) en esa zona. Decidida exige una
solución y convoca reuniones.
Se sienta nuevamente, pero no retoma el tema
anterior sino el de casi siempre, el problema indígena. Te das cuenta
que tampoco hace falta, a ella se le descubre a través del amor por lo
que hace. Entonces reflexiona que pese a los avances en el
reconocimiento de los derechos de los indígenas de los últimos años, no
existe una aceptación generalizada. Lamentablemente, nuestra sociedad
no sólo excluye esa parte de su cultura, sino que siente vergüenza de
ella: “La civilización, se piensa, se encuentra fuera del país”.
Sin más, la vieja hermosa continúa hablando de cómo
creemos que la espontaneidad, la algarabía… no son valores tan
importantes –o tan civilizados- como la puntualidad inglesa, la
obsesión por el éxito o la eterna juventud. Te sientes reflejada y
piensas que quizás en nuestro interior sobrevive un poco aquello que
pensaban los españoles que llegaron con Colón. Sin duda después de esa
conversación no se es la misma. Retumba la pregunta: ¿Será que en
realidad aprecio lo que somos?. (Fuente: http://www.saber.ula.ve/iconos/clarac/).
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